La vida cotidiana en los jardines de infantes transcurre entre propuestas diversas, todas ellas pensadas por el maestro a los fines de responder a intencionalidades diferentes. En cada sala podríamos identificar un formato de organización de actividades que, más allá de los cambios que se producen en la especificidad de cada día, en general se reitera sin demasiadas modificaciones. Incluso, si analizáramos cronogramas semanales de salas diferentes podríamos notar que todos tienen en común una lógica de organización que “transita” sobre dos tipos de actividades: unas sujetas a variaciones y otras estables que se reiteran más o menos de la misma manera y casi siempre ocupan la misma franja horaria.En general, el maestro centraliza su atención en aquellas propuestas en las que trabaja los contenidos que se encuentran directamente implicados en el desarrollo de un tema, de una unidad didáctica o un proyecto. Estas propuestas son muy diversificadas en tanto se diseñan especialmente orientadas a los fines de trabajar dichos contenidos y en muchos casos no se reiteran dado que los contenidos a trabajar van cambiando. Sobre estas propuestas el maestro piensa… discute con directivos…. conversa con pares… toma decisiones.Sin embargo la jornada se organiza, casi siempre, en función de otra serie de actividades más estables, que se repiten a diario y que funcionan como una matriz organizadora de la propuesta general del día. Estas actividades no tienen una planificación específica, el maestro no explicita, para estos espacios, contenidos u objetivos y en general no son objeto de análisis profundos o disquisiciones pedagógicas y didácticas. Pareciera que estos espacios no contaran con la misma valorización que los otros y su potencial educativo varía según la actividad de la que se trate. Sin embargo son como un marco de referencia para la organización general.Así, son muchos los momentos en que podemos escuchar a los maestros diciendo “…tengo media hora entre la merienda y el parque para realizar tal propuesta….”, o, “… después del intercambio y antes de lavarnos las manos podemos jugar a tal juego…”. Pareciera que funcionan como matriz que viene dada y por ende fuera de discusión. Como un “tablero” de ajedrez, la estrategia se juega con las piezas, sin embargo el tablero resulta determinante de las posibilidades de desplegar la estrategia.Los niños, entonces, participan a lo largo de la jornada de múltiples actividades, algunas de las cuales sostienen la organización de la vida cotidiana, conformando una estructura estable, que a modo de matriz, el maestro mantiene a lo largo del año escolar. Esas actividades cotidianas o rutinas justifican su existencia en razones diversas según de cual se trate (1). Algunas de ellas encuentran sus fundamentos en necesidades del maestro y de la organización de la tarea, otras se apoyan en necesidades de los niños y en este sentido se tornan inamovibles. Los niños las conocen, saben cómo manejarse en ellas, las anticipan, las esperan y en algunos casos las demandan con entusiasmo. Entre estas últimas encontramos actividades tales como la colación y el juego libre en el patio. La necesidad de una ingesta a lo largo de cada jornada es considerada tan necesaria para el crecimiento saludable y el aprendizaje como la existencia de un momento de juego libre, fuera de los límites de la sala, con preferencia a desarrollarse en un espacio abierto y de dimensiones “generosas”.El parque, el arenero, el patio, el juego libre, el recreo… todas son usuales denominaciones para este momento, ya sea se lo designe según el espacio físico utilizado o la actividad realizada por los niños en el contexto de la propuesta. En general se le destina un tiempo que oscila entre los 10 min. y los 30 min. Es considerado vital para el niño, en tanto significa un momento de “descarga”, expansión, relajación y esparcimiento. Desde le punto de vista de la propuesta de enseñanza, es valorado en tanto se presume que garantiza que la jornada transcurrirá en un clima ordenado y “manejable”, hipótesis sostenida en la idea de que el niño tiene mejores márgenes de atención, escucha y focalización del interés si ha podido disfrutar de este tipo de actividad. En general, los criterios en los que se sostiene la importancia de este espacio se sustentan en:
la idea del juego como actividad en la que el niño utiliza y descarga aquella energía excedente que no es utilizada en otro tipo de actividad (2).
la idea de la importancia del esparcimiento y de cierto nivel de libertad, posibilitado por este tiempo menos pautado por las consignas del maestro (3).
la idea de necesidad de alternancia entre períodos de “tarea” y “descanso”, o de “trabajo” y “juego”, concepción clásica en otros niveles del sistema en los que el recreo constituye el único espacio reservado para la actividad lúdica (4).
NOTAS: (1) Para profundizar en Rutinas: http://www.infanciaenred.org.ar/margarita/etapa3/naranja/las_rutinas/01.asp (2) La teoría del juego como descarga de energía sobrante fue planteada por Spencer en 1855. Elabora la hipótesis de la existencia de energía en exceso, producida por el sistema nervioso, que no se agota durante las actividades cotidianas del niño y se canaliza a través de actividades sin finalidad específica como el juego. (Garaigordobil,1994).(3) Esta idea se emparenta con la perspectiva de Schiller que, si bien sostiene también la concepción de la descarga de energía, más bien considera este aspecto como condición necesaria para que la actividad lúdica se realice. La finalidad última del juego es el recreo y el esparcimiento, introduciendo así la idea de juego como actividad esencialmente placentera. (Garaigordobil, 1994)(4) Esta mirada sobre el juego le atribuye la función de recuperar energías. Tal como Lazarus (1883) lo plantea el juego sirve para descansar y reestablecer energías consumidas en otras actividades. Tiene un efecto, ya no de desgaste de energía, sino recuperatorio.(Garaigordobil,1994)
JR
Fuente: Educared
No hay comentarios:
Publicar un comentario